Sala de Matarifes en la Plaza de Toros de Aranjuez.
No es casualidad, no, que en una plaza de toros convivan matadores y matarifes. Ambos tienen un mismo cometido final: matar. Cada uno interviene según su manera, según las preferencias del público que paga. El matador mata a la vista de todos, para eso le pagan. El matarife mata en lo oculto, bajo las luces artificiales de una fría sala, oculto a la vista, para eso le pagan.
Mismos o distintos consumidores que pagan, para regodearse con la manera de matar a la víctima a la vista o para regodearse con el producto final del triturado de la víctima, en forma de guiso, cartera, abrigo de cuero, etc.
Matanzas innecesarias.
Matanzas siempre injustas.
Víctimas olvidadas con tragedias negadas.
No es casualidad tampoco, no, que lugares como estos, donde se mataba pública o privadamente, sean hoy museos del horror, lugares para recordar que lo que antaño era normal (matar), hoy no sean olvidados.
Ese es un sueño, que esa puerta y la de todos los mataderos, sean el día de mañana Museos del Horror. Para recordarnos que matar era desgraciadamente lo normal y cuidarnos así, de no volver a caer en ello. Para mantener por tiempo indefinido en nuestras mentes y culturas, que el derecho a la vida es universal y ha de ser respetado. Para que matar nunca vuelva a ser lo normal.